Acerca de estos delirios

Acá voy a escribir lo que quiero y en la medida en que tenga ganas... No crean que es el blog de García Márquez o de un ganador del Pulitzer; simplemente son cosas que se le ocurren a alguien a quien le gusta compartir. Al que le guste que lea, y al que no, no importa. Nadie se va a morir por no hacerlo... Después de todo lo mío es la radio che!!!

miércoles, 8 de junio de 2011

Entre Charles Dickens y Larguirucho

No sé mucho de Charles Dickens. Diría que nada. Sólo sé que fue un gran escritor inglés del siglo 19, y que de su pluma salieron David Copperfield y Oliver Twist. Sin embargo su nombre es uno de los que el olvido jamás pudo borrar de mi memoria. Está allí, incrustado, desde los tiempos de mi infancia.

Yo esperaba ansioso durante toda la semana, la llegada de la revista de historietas. En aquel entonces era un gran “devorador” de las aventuras de Larguirucho, Hijitus, Patoruzú, Afanancio y cuanta historieta infantil pusieran a mi alcance. Las de García Ferré, traían de regalo todas las semanas, un librito de bolsillo, del tamaño de un BlackBerry, o más pequeño aún. Aquella “mini colección de literatura universal” era una maravilla. Una excelente manera de acercarnos a los pibes de los años setenta a la lectura. Podrá discutirse y decirse que obras de semejante envergadura nos se pueden resumir en veinte paginitas de ese tamaño. Tal vez sea verdad. Pero es cierto también que gracias a esos libritos los chicos leíamos. Eso era sólo una parte. Porque por aquel entonces la mayoría teníamos la costumbre de ser socios de alguna biblioteca pública, de sacar libros de la escuela o sencillamente de comprarlos. Eran tiempos en que a un niño de no más de doce años se le podía regalar un libro. Y creo sinceramente que aquel trabajo de difusión literaria dio sus frutos.

Los pibes de hoy tienen otras habilidades. Son unos capos con las computadoras y la tecnología, pero, lamentablemente, no saben quién fue Robinson Crusoe; no conocen los naufragios de El Corsario Negro; no saben de las andanzas de Tarzán, de Tom Swayer, de Huckleberry Finn, o Robin Hood. Ignoran a Peter Pan y ni sospechan que alguien dio la vuelta al mundo en ochenta a días…. Para ellos, los nombres de Julio Verne, Emilio Salgari, Mark Twain o Jack London no dicen absolutamente nada. Porque ya no leen. Y porque para colmo ya no vienen los libritos con las historietas, por la sencilla razón de que ¡¡¡¡¡tampoco vienen historietas!!!!



Cuento de Navidad, de Charles Dickens fue uno de los primeros libros –sino el primero- que leí de aquella olvidada colección que se llamaba, ahora lo recuerdo, “Joyas de la Literatura Universal”. Después vinieron muchos más: Las Aventuras de Robin Hood, David Crocket, La carta robada, Rip Van Winkle, El Fantasma de Canterville….y la lista es interminable. Pero Dickens fue el primero.

Aquel cuento quedó grabado para siempre en mis recuerdos, con sus personajes tan opuestos. Por un lado el bueno y trabajador de Bob Cratchit. Por el otro el miserable Ebenezer Scrooge, que le negaba a su empleado hasta un poco de carbón para calentarse en una fría jornada de trabajo durante el invierno inglés. Los tres Espíritus del Pasado, Presente y Futuro, impresionaban a mis años infantiles. Con el tiempo vi la obra una y otra vez, en sus diferentes adaptaciones para cine y TV. Hasta recuerdo una de las clásicas obras de teatro con el tano Darío Vittori, en el papel del hombre avaro y tacaño. Siempre nos dejaban su mensaje al final: el amor y la bondad triunfan sobre la miseria, y más en tiempo navideño.



Charles Dickens murió el 9 de junio de 1870. A él le debo en parte mi amor por la literatura. Y, por cierto, a aquellos mini libros también.