Yo esperaba ansioso durante toda la semana, la llegada de la revista de historietas. En aquel entonces era un gran “devorador” de las aventuras de Larguirucho, Hijitus, Patoruzú, Afanancio y cuanta historieta infantil pusieran a mi alcance. Las de García Ferré, traían de regalo todas las semanas, un librito de bolsillo, del tamaño de un BlackBerry, o más pequeño aún. Aquella “mini colección de literatura universal” era una maravilla. Una excelente manera de acercarnos a los pibes de los años setenta a la lectura. Podrá discutirse y decirse que obras de semejante envergadura nos se pueden resumir en veinte paginitas de ese tamaño. Tal vez sea verdad. Pero es cierto también que gracias a esos libritos los chicos leíamos. Eso era sólo una parte. Porque por aquel entonces la mayoría teníamos la costumbre de ser socios de alguna biblioteca pública, de sacar libros de la escuela o sencillamente de comprarlos. Eran tiempos en que a un niño de no más de doce años se le podía regalar un libro. Y creo sinceramente que aquel trabajo de difusión literaria dio sus frutos.
Los pibes de hoy tienen otras habilidades. Son unos capos con las computadoras y la tecnología, pero, lamentablemente, no saben quién fue Robinson Crusoe; no conocen los naufragios de El Corsario Negro; no saben de las andanzas de Tarzán, de Tom Swayer, de Huckleberry Finn, o Robin Hood. Ignoran a Peter Pan y ni sospechan que alguien dio la vuelta al mundo en ochenta a días…. Para ellos, los nombres de Julio Verne, Emilio Salgari, Mark Twain o Jack London no dicen absolutamente nada. Porque ya no leen. Y porque para colmo ya no vienen los libritos con las historietas, por la sencilla razón de que ¡¡¡¡¡tampoco vienen historietas!!!!
Cuento de Navidad, de Charles Dickens fue uno de los primeros libros –sino el primero- que leí de aquella olvidada colección que se llamaba, ahora lo recuerdo, “Joyas de
Charles Dickens murió el 9 de junio de