Acerca de estos delirios

Acá voy a escribir lo que quiero y en la medida en que tenga ganas... No crean que es el blog de García Márquez o de un ganador del Pulitzer; simplemente son cosas que se le ocurren a alguien a quien le gusta compartir. Al que le guste que lea, y al que no, no importa. Nadie se va a morir por no hacerlo... Después de todo lo mío es la radio che!!!

viernes, 27 de marzo de 2009

Liza Minelli: Tan chiquita y tan gigante

Lo de anoche fue sencillamente maravilloso. Mi escasa actividad laboral de los últimos años ha menguado considerablemente mis ahorros, y con ellos se fueron las posibilidades de ver espectáculos y viajar como en otros tiempos. Pero hace unos días, cuando me enteré de que ella vendría a Córdoba, cerré los ojos, rompí el chanchito, gasté los últimos morlacos que me quedaban y compré una de las mejores entradas que podía para ver a Liza Minelli.¡Qué tanto! Después de todo me lo merecía ¿no? Y la verdad… es que no me arrepiento.

El primer recuerdo que tengo de ella es de cuando yo era muy chico. Mi memoria evoca de aquellos días a mi padre llorando emocionado con una esa diminuta mujer de ojos bellísimos. Yo por cierto no entendía nada de nada y decía que no me gustaba “la cosa esa…” y que no sabía qué le podía ver. Por suerte el tiempo pasa, y algunos tratamos, en lo posible, de mejorar en algunos aspectos, de crecer y aprender medianamente a distinguir, lo bueno de lo malo. De más está decir que hoy no pienso igual que en aquellos años. Eso quiere decir que no viví tan al pedo entonces.

No soy crítico musical como para analizar el recital de anoche, ni decirles que el espectáculo comenzó con la cantante interpretando tal o cual o canción… Sí puedo decir que desde el momento en que puso un pie en el escenario, supe que sería una noche de aquellas. Chiquita como uno ya sabe que es, vestida completamente de negro, con brillos y una excelente voz, de pronto me encontré casi al frente de esa mujer que tantas veces había visto por televisión. Y lucía igual, con una energía y una voz envidiable para alguien que ha sabido de los excesos de las drogas y el alcohol y ha tocado de verdad, el fondo. Con un derrame cerebral a cuestas, operaciones de rodilla y cadera que pusieron en duda su posibilidad de seguir actuando, se prodigó minuto a minuto. Pese todo bailó; no como antes pero bailó, y aquí viene la primera lección de grandeza: con sus 63 años recién cumplidos, todos los días toma clases de baile. La respuesta que da ella al periodista incrédulo que la interroga es la más elemental: “Hay que mantenerse en forma y a mi edad si me siento no me levanto más.” ¡Chupate esa mandarina! Cuántos artistas que se creen en la cima tendrían que seguir el ejemplo. Por si todo eso no alcanzará, pidió disculpas por no poder bailar como lo hacía antes.

¿Qué canciones cantó? Ni idea, pero tampoco me importa porque no es necesario saber sus nombres para disfrutar y emocionarse. Contó la historia de cada canción en inglés, pero uno es medio nabo para los idiomas… Pero eso fue lo de menos porque les aseguro que se entendía igual lo que quería expresar. ¡Una maestra! Eso sí, cuando cantó Cabaret y New York New York, yo caminaba por las paredes. ¿Usted no hubiera hecho lo mismo? Con esta última canción cerró el recital, acompañada de una orquesta de aquellas. De esas que veíamos en las películas, con doce tipos bien vestidos (lo que demuestra que para ser artista y talentoso no es necesario ser mugriento) de impecable traje negro con moñito, tocando piano de cola, contrabajo, trombón, clarinete, batería y no sé que máas… Se despidió agradeciendo y ya sabemos como son estas cosas. Al primer aplauso ya estaba lista el bis de rigor, sólo que en esta ocasión acompañada únicamente por su pianista. Una delicia.

Las luces se volvieron a encender y la gente comenzó a salir. Muchos seguíamos aplaudiendo y algo me dijo que me quedara 5 minutos más, total… ¿qué podía perder? ¡Gracias Diosito por iluminarme! Al rato, mientras la gente estaba caminando y charlando y el estadio tenía todas sus luces encendidas, volvió al escenario. Pero sin músicos ni traje de gala… Con un pantalón joggin negro y una remera grandota de esas que uno usa para arreglar las plantas del jardín, toda despeinada, sin maquillaje ¡¡¡¡¡¡y en patas!!!!!!!!!! Así, como si estuviera, en el living de su casa nos regaló un bonus track y a capela!!!!!!!!! ¿Para qué decir más? Mientras escribo estas líneas vuelvo a emocionarme y salgo corriendo a guardar diez pesos. Es que acabo de empezar a juntar plata por si cumple su promesa de volver el año que viene.
(Las fotografías son tomadas de laedición digital del diario La Voz del Interior www.lavoz.com.ar)

jueves, 12 de marzo de 2009

Qué pena la del mar

¡Qué pena la del mar! ¡Si señor! Aunque el mar no hable, aunque no lo exprese de ninguna manera, el mar tiene una pena. Una pena larga y eterna desde el momento mismo de su nacimiento. Desde aquel instante preciso, en que en el tercer día de la Creación Dios dijo: “Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme. Y así sucedió. Dios llamó Tierra al suelo firme, y Mar al conjunto de las aguas”. Desde aquella imagen genésica, el mar tiene una pena…

El mar tiene pena porque ama el fluir, el ir y venir, el estar y el no estar, el ser y ya no ser. El es y está siempre allí, en el mismo sitio. Tiene vida pero no tiene vida… Los peces y las plantas tienen vida en su seno pero no él, que no puede decidir a dónde ir. Da vida pero no vive a su antojo. La decisión divina lo confinó hasta el fin de su existencia a ser una masa gigantesca de agua y sal que permanece donde no quiere estar. Una inmensidad de diminutas gotas de H2O y sal contenida por las costas de los países. Cuando el mar sale de paseo, luego de mucho andar haciendo olas, llega a extrañas playas, acantilados o lo que sea, pero no mucho más lejos que eso. Le guste o no le guste, está encerrado entre cuatro paredes imaginarias. Tal vez con suerte encuentre un golfo, un fiordo o un estuario, como para adentrarse y curiosear un poco más en busca de nuevas aventuras. Pero pronto, con ganas o sien ellas, el mar volverá a su seno. Volverá a ser mar. Cada tantas horas se retirará un poco de la orilla para luego volver. Hasta allí su diversión. El mar no puede ir donde quiera, por eso el mar esta triste y tiene una pena.

Quisiera ser como sus parientes, los ríos, esos ríos que van y vienen por el planeta todo. Ellos sí que son libres. ¡Cómo los envidia! Nacen en un lugar y mueren en otro. A veces recorren pocos kilómetros y otras… ¡ahhh otras cómo viajan! Ahí lo tienen al Nilo, con sus casi 7 mil kilómetros, que es tan largo y majestuoso que nadie sabe a ciencia cierta dónde nace. A su paso fertiliza los campos africanos y lleva vida en su simiente. Y qué me dicen del Volga con sus famosos barqueros… El Amazonas que se interna en la selva inexplorada ofreciendo a los aventureros el sabor único de lo desconocido. Y el Danubio, y el Rhin, y El Mississippi, y el Río de la Plata, que con sus hermanos Uruguay y Paraná trae vida desde la América profunda y hasta se da el gusto de visitar al Mar en las costas de Buenos Aires... ¡Si no fuera por su primo que no tiene nada de plateado, qué solo estaría el Mar! ¡El Tévere si que tiene historia! ¿Cuántas veces Julio César, Marco Aurelio o Trajano se habrán bañado en sus aguas, haciéndolo, para bien o para mal, testigo de sus secretos. ¿Acaso no habrá calmado la sed del pobre Pablo, cuando despreciado y perseguido por los romanos, llevaba sin descanso la palabra de Jesús, por las calles de la capital del Antiguo Imperio? Llega del Norte, cruza por el centro de la ciudad y luego parte en busca del Tirreno, dejando como recuerdo a la pequeña Isla Tiberina. Tan insignificante que parece y sin embargo, el imperio más grande de la historia bebió de sus aguas. Hay ríos majestuosos y otros que apenas tienen unos pocos metros de ancho. ¡Pero todos son libres! El Mina Clavero y el Panaholma luego de su cópula escandalosa dan vida al Río de los Sauces y ahí siguen, como si nada….
Así son los ríos, vida pura. Tienen vida y dan vida. Vida a la vida que llevan en su vientre, y vida a los pescadores que con él se ganan la vida. Todo es vida. Ellos sí que son felices.

En cambio el mar… el pobre y viejo mar, no sale de su inmenso cubículo por más que quiera. NO es libre para decidir. NO puede salir de acá para llegar allá, pasando por aquel lugar tan lindo… Es cierto que da vida a los peces que lo pueblan, pero también da muerte y eso es muy triste. Allí tienen a los pescadores del Andrea Gail por ejemplo, y están los pobres marineros del Kursk en las heladas aguas del Mar de Barents. ¿Cómo olvidar a los inocentes del Titanic y a los miles de marineros y piratas hundidos junto a sus galeones, carabelas, goletas y bergantines. Son muchas muertes las que pesan sobre él y no es fácil soportarlo. Por eso el mar tiene cada vez más dobladas sus imaginarias espaldas; el peso de tanta destrucción es enorme. Pero así es su vida y no puede escapar ni a su cárcel geográfica ni a su destino.
Así será por siempre y para siempre.
Por eso el mar tiene una pena en el alma de los mares.