
Cuando viví un tiempo en Chile por razones de estudio, yo era el encargado de hacer las compras para los cinco changos que compartíamos un departamento en Santiago. Iba al supermercado con la lista, cargaba el carrito, enfilaba para la caja y al ratito estaba en la vereda con las bolsas, cargado como un Equeko. Sin embargo en este país, desgraciadamente no pasa lo mismo. Por lo general, en supermercados como Disco o el pedorrísimo Super Vea que detesto (son los que tengo cerca de mi casa) hay unas diez o doce cajas, de las cuales normalmente sólo funcionan cinco o seis. De estas, una seguro que es para el pago de impuestos y servicios, lo que lentifica el avance de la cola hasta límites insospechados. Pero no veamos todo tan negativamente; supongamos que son varias más las cajas que atienden. La solución parece llegar a fin...

A veces somos nosotros los que estamos inmediatamente detrás, tan sólo con una botella de cerveza en la mano que al momento de sacarla de la heladera estaba a punto, y ahora comienza a entibiarse. Convencidos de que nuestro trámite será mucho más rápido y sencillo que el del pobre tipo anterior, ponemos la botella al lado del cajero como diciendo “yo te la alcanzo porque sé que la cinta no anda; apurate por favor que se me calienta la cerveza”. En ese preciso instante, el cajero/a nos dice con su más amble sonrisa: “disculpe, tengo que hacer retiro de caja”. Y ahí nomás comienza a llamar a los gritos a la responsable de tal menester: ¡Andrea, Andrea.... Retiro!!! Y resulta que Andrea está en la caja ocho haciendo otro retiro, después va hasta la caja uno para llevarle un poco de cambio, ahora retira de la caja once, soluciona un problema de tarjeta de débito en la caja cuatro, una señora se queja no sé de qué carajo en la caja nueve, la cajera de la seis le pide monedas, vuelve a la dos porque hay una devolución y por fon llega a la caja doce donde estamos nosotros. Sí justo en la última, porque era la que avanzaba más rápido. Cuando por fin se cierra el cajoncito de la plata y pasan nuestra “única” botella por el famoso scanner, la cajera nos dice: “tiene el ticket de la botella”. Se lo damos, lo mira, y ahí nos percatamos de que necesita la tarjeta de autorización que tiene Andrea.... y otra vez la misma historia ¡Andrea, Andrea.... Vale de botella!!! Andrea, está en el baño porque con tantas ideas y venidas le agarró flor de cagadera. Una hermosa y tierna viejita que está en la caja de al lado nos dice al vernos a punto de reventar la camisa como El Increíble Hulk: “Mijito, pase por acá que usted tiene una sola cosa”. Cambiamos de cola, pagamos la cerveza de mierda, damos las gracias como corresponde a la venerable abuela y salimos puteando contra el supermercado, la Cristina Kirchher que justo esta vez no tuvo nada que ver y no dejamos un santo en pie. Llegamos a casa , pelamos un salamín, destapamos la Budweiser, la servimos en el vaso y... ¡parece meada de camello, en medio del Sahara a las 2 de la tarde...!
¡¡¡Vuelva don Santi!, donde quiera que esté!!!!!
