Los gobiernos demuestran encomiable afán por encauzar el país en la senda de su destino histórico. Pero ¿en cuál destino histórico? Si uno busca referencias en el pasado –o sea en la Historia Nacional–, habrá que descartar los años de la Organización, los de la Anarquía, las épocas golpistas y defactas, los lapsos de estado de sitio y los largos períodos ocupados por gobiernos surgidos del fraude y de la tramoya. Quien aspire a tomar como ejemplo el pasado (con el propósito de descubrir allí el destino histórico) lo más probable es que no queden muchas alternativas y deban remitirse a una fecha muy precisa. Aquí proponemos una: el 2 de febrero de 1926. Fue un ese un día estupendo para e país: cayó en martes y el presidente Alvear se sintió un poco indispuesto, de manera que no concurrió a la Casa Rosada. Se quedó en cama, a boldo, y aprovechó para ponerse al día con la correspondencia. Siete ministros de su gabinete estaban de vacaciones (tres en Riviera, dos en Piriápolis y los otros dos en sus respectivas estancias), así que no se emitieron decretos ni ordenanzas. Hubo un memorandum producido por un funcionario menor de Relaciones Exteriores con destino a Interior, pero en el camino el muchacho que lo llevaba fue atropellado por un tranvía y no se tuvo más referencias del papelito. Los jefes militares estaba empeñosamente abocados a sus funciones específicas ( o sea que los cuarteles lucían primorosos, los árboles a la cal, el pasto ralo y la caballada pulcra) y los dirigentes de los partidos opositores maduraban sus críticas bajo los parasoles de la Costanera. Ese día reinó la calma chicha, el país funcionó perfectamente, no hubo crímenes ni asaltos y aparte del cadete de Relaciones Exteriores y de un borracho que se llevó por delante un árbol, no hubo otro accidente que enturbiara el clima de paz.
Modestamente, creemos que ese día constituye una expresión meritoria de lo que significa el anhelado destino histórico. Y sólo ese día, ya que al siguiente Alvear se puso bueno y volvió a su despacho y un edecán le dijo que una delegación de samaritanas quería verlo para contarle el problema del bocio en Salta.
Es de esperar, pues, que cuando alguna autoridad predique la conveniencia de reencontrarse con nuestro destino histórico, se refiera directamente al 2 de febrero de 1926, una de las más gloriosas jornadas de la patria, aunque los almanaques la ignoren.
Firpo, Norberto: Las paralelas no se tocan, nene. Buenos Aires, EMECÉ Editores, 1972, págs. 41 y 42