
De mis años de infancia, recuerdo a aquellos que me salvaban las papas cada vez que un clavo me pinchaba la cámara de una rueda de mi vieja bicicleta amarilla. Y yo que era un completo inútil para esas cuestiones, debía recurrir una y otra vez a sus pequeños talleres. Gracias a Dios, los bicicleteros nunca nos dejaron, porque sigo careciendo de la más absoluta habilidad para emparchar una cámara y colocar la rueda como corresponde.
Hoy, al enterarme de que el 29 de mayo es el día del biciletero, me vinieron a la memoria aquellas imágines de un tiempo maravilloso: mi infancia en Villa María.
No recuerdo los nombres de todos los que atendían mi “bólido de dos ruedas”, pero sí del último que me arreglaba la que tenía cuando ya estaba a punto de dejar la adolescencia. Se llamaba Vicente. Vicente Scocozza para más datos. Creo que no hace falta aclarar que el hombre no era alemán; tampoco escocés…
Vicente era el hermano de Angelita, la vecina más amada por mis buenos viejos. Esa que estaba en todo momento y para lo que fuese. La de las siestas de mates; de tortas fritas pasadas por encima de la medianera; de largas horas de compañía en los momentos difíciles; del abrazo obligado con brindis incluido el 31 de diciembre a la medianoche; la de la entrega generosa a pesar de su humildad notable.
Vicente era igual. Casi un calco diría. Uno los distinguía por el pantalón o la pollera según fuera el caso.
Vicente fue ferroviario. Un día se jubiló y, como todo el que está acostumbrado a trabajar durante toda su vida, sentía que necesitaba hacer algo para llenar sus días. Así puso su biciletería en el garage de su casa y hasta allí llegaba yo cada tanto. Un día para que me pintara la vieja bicicleta usada que me habían regalado los papás de mi amigo Martín; otro día para arreglar las pinchaduras y tiempo después porque se me salía la cadena y no había manera de hacerla quedar bien...
Un día Vicente se fue para siempre; no de la mejor manera. Tampoco importa mucho cómo. Aún lo recuerdo el día de su velatorio, con un pañuelo alrededor de su cuello y Angelita preguntando por qué…
Pasaron más de 20 años. Los recuerdos se confunden en la mente y ya pocos quedan. Menos mal que alguien inventó el Día del Bicicletero, porque así Vicente, vendrá nuevamente a la memoria.
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